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Arcadio Domínguez

Los límites

Empecé el verano hablando sobre, y mucho, con Carlos de pequeñas infamias. Días después me discutió sobre mi propuesta de trazar el límite en la cantidad de tiempo que dedicamos a un misma "maldad", y me convenció explicándome que es precisamente cuando no se habla tanto cuando el asunto en cuestión se llena de misterios y de versiones veladas por esos secretos.


En una conversación random con Juanjo hablamos de las red flags, admito que no lo había pensado nunca antes, y mira que he pensado sobre mis favoritos y necesidades. Y mi conclusión fue que más allá de los valores básicos que ordenan la decencia, se trata también de establecer límites que te protejan de lo que ya sabes que no quieres.


Hace un par de días, aun no ha acabado el verano, Eva me respondió a un mal día con "no sobrepienses" y también me convenció con la fuerza que tiene su carisma, confirmando algo que has leído, sobrepensado y, ahora sí, entendido. Y hoy, que he despertado pensando en que este año aun no hemos tenido verano, viendo amanecer otro día perezoso iluminado por todos los grises que el cielo puede revelar, he resuelto que la clave de todo podría estar precisamente ahí, en los límites, los bien puestos. Estos son los rígidos en algunos momentos, y los flexibles que te permiten pasear por la vida cambiando los muebles de sitio si estorban, sin sentir culpa ni con la idea de volver atrás a colocarlo donde estaba.


Hace tiempo aprendí que tomar mucho el sol termina doliendo en la piel, se pone roja y nerviosa y se te despega como si quisiera dejarte desnudo por haberla ofendido. Aprendes, ahora sí, que por muy agradable que sea la sensación de estar tumbado bajo el sol, tienes que hacerlo con límites.


Y son los límites saludables los que gritan que no te comas una tarta entera, aunque otras necesidades te lo supliquen, porque pretenden que no desbordes una situación agradable para convertirla en un mal recuerdo. Vivir en esa dicotomía filosófica, en esta dualidad inherente entre Apolo, el de la divina distancia y su intima introspección, y Dionísio con su sensual embriaguez desatada.


Dios y la fauna, el eterno asunto epistemológico donde pasamos el día entre lugares comunes, decidiendo cómo lo hacemos, y la noche soñando con todo lo que quedó por hacer. Y a veces me pasa, que recuerdo mejor la noche que el día.


Arcadio Domínguez


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