El dolor crónico cierne una nube negra sobre mi existencia, pero también está siendo el mejor maestro de mi vida.
Esta idea me despertó hoy como un sueño sin terminar, interrumpido por la necesidad impetuosa de hacer pis. La idea me cogió de la mano, me sacó de la cama y me metió para dentro, para volver a enseñarme todo lo que se cocina en mi cabeza desde que empecé a sufrir de manera consciente, porque todos sufrimos, aunque la mayoría de las veces es solo dolor.
El sufrimiento es el dolor queriendo trascender, para construir o destruir. Es inoportuno e impertinente, y he descubierto que si intentas ignorarlo se pone grosero. Pero el cabrón viene sin instrucciones, y para la gente como yo que lee las instrucciones hasta del champú, es además desasosegante. Te desafía cuando equivocas la dirección, todas esas veces en las que crees haber acertado el origen, y te da un bofetón cuando te topas con el error "por ahí no era, estúpido". Y vuelta a empezar, otra vez a sufrir el mismo recorrido hasta que des con el motivo y puedas arreglarlo de verdad.
Lo tedioso es que tienes que volver a hacer el camino conociendo cada centímetro hasta donde ya no conoces nada: otra vez el caos. Muchas veces ocurre que rehaciendo el camino, antes de volver a llegar al miedo, te entretienes en algo que pasaba por allí, y como lo que has caminado tantas veces antes ya es suelo firme, tienes la tentación de refugiarte ahí donde te entretuviste a mitad de camino. Entonces pasa el tiempo en modo automático y con ese maravilloso aroma de "tenerlo todo controlado".
Pero recuerda que el dolor sigue ahí, y cuando el sufrimiento, acallado por aburrimiento, se despereza te das cuenta de que no: el monstruo sigue ahí, solo estaba agazapado esperando a que tu creyeras que podías tener una vida normal.
Entonces ocurre que ese dolor se ha cronificado, quizá por tu procrastinación, agotamiento o tu necesidad de huirlo. Pero, como los mejores maestros, te enseña algo valioso: que sigue ahí.
Arcadio Domínguez
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