Desde pequeño me encantan las historias. Me gustan las historias reales y las inventadas, y también las que son un poco de cada. Tengo un recuerdo muy vívido de mi niñez: mi padre sentado en la cabecera de mi cama leyéndome algún cuento, probablemente repetido porque siempre me ha gustado repetir las historias que me gustan. Recuerdo cómo actuaba, cambiando la entonación según los diálogos, y me acuerdo de “hacerme el dormido” para que parase cuando entendía que estaba cansado.
Supongo que empecé a pintar cuando no sabía escribir para contar cosas, y por eso he equivocado la pasión tantos años. Después estudié Filosofía en la Universidad porque me gusta mucho leer, pensar, explicar, contar… Y porque quería dedicarme a contar historias.
Un escritor de máquina de escribir escandalosa en el silencio de la noche. Un personaje de novela misteriosa que inventa sin manchar como los pintores, y que según la disposición de las cosas sobre su escritorio revela su universo: una mesa barroca de colores, desorden o minimalismo y sobriedad.
Decía Tennessee Williams que en la memoria todo parece acontecer con música, y que nos contamos las cosas a nosotros mismos como historias. La memoria también es una historia, de hecho es un relato sobre el pasado. Una ensoñación editada.
Y de regreso al presente, se me fueron los tiempos de escribir borradores a mano, que pena. Y también los tiempos de aporrear las teclas de una máquina de escribir, el olor a Tipp- Ex, los dedos manchados de tinta y el riesgo de perder hojas para siempre cuando dejas la ventana abierta. Se me fueron los tiempos del romanticismo, precisamente cuando me convierto en el más romántico de los Arcadios que he conocido.
Pero yo sigo teniendo muchas ganas de escribir. El sobre qué y el pudor me detienen casi siempre, he leído tanto y tan bueno que me abruma la empresa de plantear algo que llegue a suficiente. Por eso, y porque estoy conociendo al verdadero Arcadio, me halagan tantísimo cuando me leen, e incluso me dan valor. Valor a lo que escribo, a cómo lo hago.
Que me lees, que escribo bien y que estoy muy delgado son “mis piropos” favoritos: y así, sin más, Arcadio “el romántico” es también su versión más sincera, con las cosas de verdad y con mi imaginación. He leído que la gente enamorada actua como si al fin hubiesen descubierto un secreto… Como que mi vida es ahora mi amor.
Arcadio Domínguez
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